Retrato de Clara García de Zúñiga
Óleo sobre tela, 50.5 x 42 cm, 1857
Blanes comenzó muy joven a pintar, y entre sus primeras obras constan paisajes y retratos. Antes de consagrarse como artista profesional, realizó numerosos retratos de personas de la alta sociedad montevideana que lo contrataban para que los representara plásticamente. En esa época, poseer retratos era una manera de distinguirse en la sociedad.
Este retrato se ubica en esta primera etapa de Blanes. Fue realizado hacia 1855, cuando Clara García de Zúñiga tenía unos 10 años de edad y el pintor 25 años. El cuadro fue encargado al artista por la familia García de Zúñiga. El tratamiento del retrato de Clara presenta características pictóricas de una etapa anterior a la formación académica de Blanes en Florencia, Italia.
Clara García de Zúñiga fue heredera de una acaudalada fortuna y propietaria, entre 1872 y 1892, de la casa quinta que actualmente es sede del Museo Blanes. Se casó por un acuerdo de sus padres a los catorce años con el escribano Zuviría de treinta y seis años, de este matrimonio tuvo tres hijos. Luego de separarse de su marido disfrutaba de una vida amorosa muy liberal para los parámetros morales de la época. Tuvo cinco hijos con Alberto García Lagos y a su hijo el escritor y dandy Roberto de las Carreras, con Ernesto de las Carreras. En 1885 un tribunal médico y jurídico la acusó de sufrir desequilibrios mentales a través del cual no pudo volver a disponer de sus bienes.
Un logro de este retrato realizado por Blanes, es que los ojos miran al frente como en muchas pinturas. Estas mirada parecen que nos siguen gracias a un efecto óptico. Este efecto se consigue creando un punto de fuga hacia adelante y pintando las pupilas en el centro del iris. La imagen es estática, pero el cerebro detecta este efecto y crea una ilusión óptica como si se tratara de un movimiento de los ojos del retrato. Lo mismo ocurre en fotografía y en cine cuando el retratado o el actor miran a la cámara. Como los ojos del retrato están pintados mirando de frente con un punto de fuga hacia adelante, se crea la ilusión de que la "mirada" del cuadro se encuentra siempre con la mirada del observador, se ubique donde se ubique. Nada más lejos que la presencia del alma de Clara o de su fantasma.
Esta obra perteneció al nieto de Clara García de Zúñiga, Hugo Mongrell, e ingresó al acervo del Museo Blanes en 1978.